
Sobre la melancolía.
Introducción.
A través de la historia humana se han visto casos muy antiguos – que datan de la época griega – de melancolía. El mismísimo Aristóteles vinculaba la melancolía con una “doctrina del genio”, esta última estaría representada físicamente con la “bilis negra”. Aristóteles desarrollo el concepto y la relación entre genialidad y melancolía en la “teoría de los humores[1]”. Intentó demostrar que, los mismos melancólicos que presentan condiciones de excepción para el desarrollo de las artes tienen los síntomas expuestos. La “bilis negra” recorre todo el cuerpo provocando desordenes humorales, que a su vez, causarían ciertos trastornos carnales como la lujuria y la libidinosidad. La lectura aristotélica aparece como un flagelo que impregna las tripas y los monasterios. Los melancólicos eran descritos en esta época como “víboras asfixiantes”, que por lo tanto, asfixian lo que abrazan, y además, no distinguen el “odio del odio”.
Durante la edad media la lectura de esta época le otorgaba a la melancolía la noción de un “demonio meridiano” que, es distinguible precisamente por la “bilis negra” aristotélica. Esta última se caracteriza por medio de la tristeza, la cual es descrita de la siguiente manera:
1) Malicia: ambivalencia entre odio y amor respecto del bien como tal.
2) Rencor: rebeldía de la mala conciencia ante los que exhortan el bien.
3) Pusilánime: o animo pequeño, es aquello que se retrae ante la dificultad del compromiso con la vida del espíritu, es una renuncia a la salvación por medio de Dios.
4) Desesperación: consiste en un saberse condenado para siempre, estar condenado por anticipado, se profundiza la inversión complaciente de la propia ruina de sí.
5) Torpeza: indisponibilidad a cualquier cura.
6) Divagación: es decir, el acidioso es divagante, y a la vez, la divagación es una huida del animo, es un discurrir, de fantasía en fantasía, sin poder fijar un orden al pensamiento.
Aunque el melancólico no regrese a su divinidad no dejara de desear otra cosa, al desistir de toda gracia no requiere la falta de deseo, su objeto es inalcanzable. En la melancolía hay una perversión, la voluntad del acidioso es el siempre querer el objeto sin querer recorrer el camino que lleva hasta él.
Así mismo durante esta época se afirmara que entrar en la tristeza – a la desesperación – es entrar en relación con la pereza. La tradición medieval pensaba que el demonio – al entrar al cuerpo del monje – provocaba en él la perdida finita del tiempo, y a su vez se vaciaba el sentido – es decir, el demonio provocaba que el monje vagara por el mundo de la tristeza y su relación con la pereza. Al igual que los pecadores, la relación de la tristeza amenazara la relación con Dios.
Bueno, hasta aquí podemos llegar con las concepciones clásicas de la melancolía. Ahora veremos la lectura de Freud, quien establecerá una estructura patológica de la melancolía, de esta manera, la melancolía es un mal erradicable.
[1] El “humor negro”, es decir, la melancolía aparece como una desviación tóxica – además de una desviación de la sangre -, y por otro lado aparece vinculada con una sintomatología “temprana” con las siguientes características: frialdad en los miembros corpóreos – es decir en piernas y brazos –, vomito rojizo y secreción anal rojiza.
Rodrigo Díaz.